La mujer del marqués

La pastilla no sirve, el sueño no llega y el calor convierte la sábana más liviana en una manta térmica. Así, con el desvelo picando en los ojos y el camión cisterna resonando en mis oídos, no me puedo dormir. Y pienso de nuevo en ella.

Me la imagino -porque nunca la vi de cerca, ni mucho menos la conoceré en persona- como una mujer muy casta, y muy lúcida. Con su amplia frente inmaculada, apenas marcada por las líneas de la edad, que el artista pasará por alto para agraciar su honorable porte.


¿Será verdad alguno de los tantos rumores acerca de ella? Una vez escuché que era en realidad un hombre, el mismísimo pintor a cargo de la obra. Pasaron 500 años desde su creación, pero sigue causando intrigas. Como toda una dama silenciosa, grácil, adiestrada. Capaz de lanzar una mirada y decir más de lo que pueda decir cualquier príncipe en su perorata en la Corte.


La pose dice mucho, pero quizás sólo le ordenaron que se siente de ese modo, mostrando sus manos blancas y suaves, propias de una mujer de 25 años perteneciente a una clase pudiente. Su marido era un noble, el Marqués del Giocondo, que comerciaba sedas, según El Mundo.


Cuántas cosas habrá aprendido a callar la Gioconda. Cuántas veces habrá querido gritar, maldecir a su marido, al padre que la entregó en matrimonio. Quizás su belleza resida en que aprendió el arte de la sutileza. Esa boca que no se curva del todo da esperanzas de ver una sonrisa, pero reconforta al no mostrar los dientes.


Es probable que -para el momento en que fue retratada- ya hubiera aprendido el fino hábito del silencio medido. No de ese que implica complot, omisión o rencor, sino del que prefiere guardar los consejos sabios para su propio uso.

No dejo de preguntarme cuántas mujeres hoy en día se retuercen los labios aguantando la rabia porque "hay que ser una dama" y no confrontar al hombre que no fue un caballero. El estoicismo femenino sirve para guardar las apariencias y cerrar la partida con un tablero peleado.

Pero la mirada altiva en la cara impávida es un gesto de grandeza que pocas mujeres sueñan tener. Y muchas de las que intentan mantener esa pose sienten por dentro como se rasga el lienzo. Una dama verdadera soporta lo que sea pero, ¿cómo será su sonrisa?

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